No me acostumbro a hacer largas colas -como esperando turno para el retrete- si tengo delante una rubia platino y sólo voy a conseguir un aguado café Starbucks que me darán –eso sí– con un cartón para no abrasarme. He aquí la grandeza y la flaqueza del sueño americano. Perfección en los detalles, pero falta sabor. No sé vosotros, pero en cuestión de ingesta prefiero el caos latino, pidiendo gritando el café todos a la vez.
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