Desconecta tus Alarmas, y trabaja en Paz

Llega la primavera y se despiertan las alergias. ¿Tienes tú alguna? El cuerpo ve como enemigo algo que no lo es —yo soy alérgico al kiwi— y se dispone a defenderse, generando así un problema que hasta el momento no existía. Son las falsas alarmas, un problema que nos acecha cada día más. Cuando el no alarmarse es la única estrategia de éxito ante las crisis de empresa o familia.

El tema de la prevención y las falsas alarmas me ha fascinado siempre. Es un perfecto ejemplo de una sociedad histérica. Esas alarmas de oficina bancaria, que cuando saltan ya nadie se alarma, o las molestas advertencias informáticas que cerramos sin leerlas. Vivimos un mundo en un estado de alarma tan continuo, que lo vivimos con relativa calma. Y al final no sabemos distinguir, ni reaccionar como corresponde en cada caso.

Hace poco tuvimos un simulacro de incendio en la universidad. Hace varios años que ensayamos. Las alarmas sonaron reiteradamente, las puertas se bloquearon. Todos los alumnos y el personal desalojó sonriente y con calma, y nos concentramos en el punto de reunión. Durante la comida coincidí con el responsable de prevención, que me dijo: «El día que haya un fuego de verdad les diré que es un simulacro, así desalojarán las aulas con la misma calma y fluidez con que lo han hecho hoy».

En mi pueblo de veraneo, se ha difundido una lista de precauciones anti robo. La idea es dar la impresión de que la casa está habitada. Dejar por ejemplo las luces encendidas cuando nos marchamos. El problema es que si las luces exteriores siguen encendidas durante el día –ya que no estamos allí para apagarlas- dan al ladrón una pista inequívoca para entrar.

La prevención excesiva provoca problemas que no existirían sin esa prevención. A veces, sencillamente, no compensa. ¿Qué pasaría si en el simulacro de evacuación se produce un fatal ataque de histeria? Como efectivamente sucedió en el simulacro de emergencia de un buque en La Palma en el que murieron cinco personas.

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En una sociedad hipersensible, los directivos deben ir con cuidado para no provocar problemas donde no los hay, o no aumentarlos si son insignificantes. Los efectos paradójicos e histéricos son impresionantes. Si en la tapia de una calle escribimos «No mirar aquí», estamos provocando lo que queremos evitar.

En un comunicado de la alta dirección universitaria se nos comunicaba que no estaba permitido realizar exámenes fuera del período lectivo fijado. Con ello, implícitamente, se comunicaba que efectivamente se estaban realizando exámenes fuera del período de exámenes. Y que de hecho “se podía hacer”, porque si no, no habría necesidad de anunciar que estaban prohibidos. Es la sabiduría que tuvo Solón, en la Atenas clásica, que al redactar la lista de lo que se consideraría delito, no fijó un castigo para el que diese muerte a su padre, porque “no convenía que se considerase posible un mal semejante”.

En nuestras actuales empresas «excelentes» abundan fenómenos de este tipo. Organizaciones maniáticas con las cuestiones de forma, dónde el mayor pecado es no haber rellenado el procedimiento informático. Nos quedamos en la superficie. Y se puede llegar a despedir al mejor vendedor porque incumple los horarios de dedicación preestablecidos.

He observado esta sensibilización en muchas situaciones. Somos aprensivos. Y pensamos descubrir un problema, que en realidad estamos construyendo. Así, descubrimos que los vendedores no tienen el mismo discurso comercial y se inicia un proceso para unificarlo. Tampoco existen problemas de integración: los trabajadores están tan integrados como necesitan para realizar sus tareas. Pero si lo preguntamos, y empezamos a compararnos con una situación idílica, seguramente “encontramos” esos problemas de integración.

El exceso de preocupación provoca lo que trata de impedir. No es extraño por ello que los guardias de seguridad sean el colectivo que más roba, seguidos de cerca por los administradores de patrimonios, en los delitos de guante blanco.

En el verano de 2008, antes de producirse el accidente de Spanair en el aeropuerto de Barajas, los mecánicos vieron que se había disparado la alarma de la temperatura. Pero la desconectaron porque la consideraban poco significativa. Y el procedimiento lo permitía. Pero no advirtieron un problema mayor. O peor aún, desconectaron el sistema de alarma que les tendría que haber avisado después de que los flaps no estaban dispuestos para el despegue.

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No me resisto a citar de nuevo a Baltasar Gracián. “El gran hombre no debe tratar de lo insignificante. Nunca se debe enredar en demasiados pormenores, y menos en las cosas desagradables. Aunque es ventajoso darse cuenta de todo como al descuido, no lo es quererlo averiguar todo con desmesurado interés”. Y me transporta a otro jesuita, este contemporáneo: “Dios es bueno conmigo. Me da una sana dosis de inconsciencia. Voy haciendo lo que tengo que hacer” (Bergoglio).

¿Tenemos el coraje y la sabiduría de reconocer nuestras falsas alarmas? Empezando por desconectar las más inmediatas: esas que llevamos instaladas en el móvil. Porque no me diréis que recibir un email es un acontecimiento digno de alarma. Y así podremos empezar a trabajar en paz “haciendo lo que tengamos que hacer”.

12 comentarios sobre “Desconecta tus Alarmas, y trabaja en Paz

  1. El asunto -muy bien expuesto- ha degenerado desde las alarmas que simplemente avisaban a las que ya directamente torturan. Un paso más en la enajenación del individuo en el estado de bienestar. El exasperante pitido de mi vehículo que sólo puedo acallar sujetando la hebilla del cinturón. La impotencia del mecánico para anularme esa estúpida prevención.

    1. Hace unos años los médicos de urgencias, y los familiares de un enfermo terminal iban colgados de un busca, que les alertaba de alguna novedad. Hoy en día no sabemos seguir una reunión, una clase en la universidad o una ceremonia religiosa sin atender las alertas constantes, de temas tan definitivos como que alguien ha actualizado su perfil de linkedin. Seguimos a la perfección la ruta que conduce ineludiblemente al estado zombie.

  2. Ay profesor! Esas reuniones eternas con todos sus asistentes pendientes del correo… No están pendientes de algo importante que esté ocurriendo, están pendientes y en tensión por un mail del que desconocen la urgencia… y que, claro está, no suele ser urgente.

    He llegado a la conclusión de que hay personas a las que les gusta vivir en las trincheras: siempre en tensión, expectantes, dispuestos a disparar a lo que se mueva. Las alarmas proporcionan a este tipo de personas la coartada ideal.

    Felicidades por esta entrada!

    1. Genial. Acabas de inventar el concepto de alerta preventiva, como la guerra preventiva. Estar alerta de algo que no sabes si lo merece, por tanto, seguro que no lo merece.

      Esta actitud que apuntas de las personas a mí me recuerdan más bien la de ciertos animales. Colgados en una rama con los ojos completamente en alerta, para avistar el más leve presagio de una presa. Vivimos en un régimen de ataque y defensa preventivo -porque nos afecta bastante a todos. Gracias Francesca por tu aportación.

  3. Y las alarmas pasan a ser las que gobiernan el horario de trabajo, lo que entra por correo se atiende antes porque la gente se ha acostumbrado a que se contesta al momento. Y acabamos siendo esclavos de esa imediatez.
    Totalmente de acuerdo con la idea que, muchas veces, acabamos generando problemas nuevos con el objectivo de prevenir posibles peligros.

  4. Hola Gabriel,

    Por momentos me recuerda al cuento de Pedro y el lobo.
    Cuando Pedro pedía auxilio, esta vez porque el lobo se comía a las ovejas de verdad, ya era demasiado tarde para convencer a los aldeanos.
    Todos somos aldeanos, que habiendo aprendido de las falsas alarmas del pastor, hacemos oídos sordos…
    Gracias y que tengas un buen dia!
    Montse Comerma

    1. Las alarmas nos aturden. Nos estresan, impidiéndonos dominar nuestro día a día. Pero además son ineficaces. Gracias por vuestras aportaciones. Qué tengáis un día plácido, desconectad vuestras alarmas educativas, laborales o de salud.

  5. Enhorabuena Gabriel, por una exposición tan realista de la gestión humana de los estímulos. Y por la cita de Gracián, quien no en vano ya los describía con su genial sarcasmo, cuando esos estímulos eran menos, y menos concurrentes.
    Tragedias aparte, lo cierto es que los sistemas colectivos de prevención y su necesaria burocracia operativizada y operativizadora, provoca las más hilarantes situaciones de las que luego se nutren nuestros cómicos. De hecho, algunos psicólogos sostienen que el 80% de los miedos que padecemos son infundados porque no hay posibilidad de que ocurran. Aunque yo creo que el 80% de los estudios que concluyen cualquier cosa son mentira. Porque el «80%» es el tic estadísticoverbal del 80% de las personas que necesitan protegerse de su miedo a emitir su intuitiva opinión. Tendremos que estudiar a qué sistema de incentivos alimentan las alarmas que nos rodean para que sean como el dedo que los tontos se empeñan en mirar. Gracias!!

  6. Muy bueno Gabriel. Una reunión con mi jefe que ha de durar 15 minutos acaba durando mas de una hora porque atiende todas las llamadas de teléfono….

    1. Alguien resumió la perfección como «haz lo que debes y está en lo que haces». La presencia constante del teléfono impide radicalmente la segunda parte: caminamos por la calle y estamos en otra parte, estamos en clase y en la luna, en la cama y mirando otras chicas en el teléfono distintas de con la que estamos. Totalmente absurdo. Cuando se acabe el universo nos van a dar a esta generación alerta el mongolito de oro de la estupidez, teniéndolo todo lo utilizamos en contra, como el piloto del avión de ayer. En fin. Gracias Diego.

  7. Ya decia Eisenhower, que lo urgente no suele ser importante y querer a abarcarlo todo desvia nuestra atencion de lo realmente importante, que casi nunca es urgente.
    Saludos y gracias por el blog.
    Javier del Agua

  8. Buen artículo, más necesario ahora que nunca, en que la tecnología ha pasado de ser una ayuda a nuestras vidas a ser un pilar de estas.

    En mi opinión, es destacable remarcar el proceso de sensibilización, o de habituación a las alarmas. Todos nos hemos dado cuenta que la primera vez que experimentamos un suceso, como por ejemplo podría ser el citado caso de las alarmas en la universidad, reaccionamos con nerviosismo. Pero… ¿qué es lo que pasa cuando esa alarma se repite cada semana? ¿Cuando ese suceso ya es para nosotros parte de la rutina? Pues que carece de relevancia y significado. Estamos ya tan acostumbrados a que eso pase, que no lo consideramos realmente una alarma.

    A partir de aquí, es imposible no pensar en la siguiente pregunta: ¿Realmente ese suceso, tan habitual, debe ser una alarma? Es, por lo tanto, el momento de cuestionarnos sobre lo que realmente debe llamarnos la atención, y sobre lo que realmente debemos preocuparnos, como muy bien se puede ver en varios ejemplos de este artículo.

    Para acabar, y enlazando al hecho al que me refería al iniciar mi comentario, es innegable que la sociedad esta cambiando, y que la tecnología está invadiendo nuestro mundo. En una clase de universidad, las probabilidades que el 100% de los presentes tenga un «smartphone» son muy altas. Pero lo que a la vez se debe evitar, es una dependencia excesiva de estos, como cada vez veo más a menudo.

    Debemos aprovechar los recursos que tenemos en nuestras manos, como dijo Anthony de Mello <>. Debemos adaptarnos a lo nuevo, para luego poder cambiar el mundo.

    No se puede estar en contra de las nuevas tecnologías, han llegado aquí para quedarse. Solamente, debemos usarlas de la mejor manera.

    Saludos profesor.

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